La universidad sitiada
- Pablo Nagano
- 7 oct
- 2 Min. de lectura
El asesinato de un estudiante de 16 años en el CCH Sur no puede reducirse a un “incidente”. Fue un hecho gravísimo: la irrupción del odio en un espacio que debería ser refugio de la juventud y la educación. Un joven mató a su compañero e hirió a un trabajador que intentó detenerlo. Ese acto dejó a toda una comunidad marcada por temor, rabia e impotencia.
La violencia en las universidades no es nueva, pero lo que vemos en 2025 resulta inquietante. Según datos de la UNAM, en los últimos cinco años se han registrado más de 200 hechos violentos en sus planteles, desde riñas y agresiones hasta acoso y amenazas. Lo del CCH Sur fue el extremo de esa escalada, confirmado por lo que siguió: correos y mensajes anónimos que obligaron a suspender clases en facultades de Química, Derecho, Psicología y Arquitectura, afectando a más de 30 mil estudiantes.
La crisis es profunda porque muestra que la violencia ya no requiere tanques ni bayonetas, como en 1968, para paralizar. Basta un correo, un rumor o una amenaza difusa de que “algo malo pasará” para vaciar aulas y sembrar desconfianza. La violencia psicológica y digital alcanza la misma eficacia que la física: exige a la UNAM rehabilitarse con sensibilidad y firmeza, a no quedar presa del silencio ni de la sospecha permanente.
Y lo más inquietante es que esta violencia se alimenta de una normalización que la sociedad ha permitido. El insulto en redes, el discurso de odio en tribunas políticas, la misoginia trivializada en memes y foros extremistas: todo compone una pedagogía paralela que erosiona la labor de la academia.

¿Cuál es el costo personal y colectivo de estas nuevas soledades y orfandades?
Lo ocurrido en el CCH Sur y las amenazas contra la UNAM se conectan, además, con una tendencia global. En Estados Unidos, más de 230 tiroteos escolares se registraron solo en 2023; en foros como 4chan y Reddit se incuban discursos “incel” que terminan saltando de la pantalla a la vida real. México, marcado por una violencia estructural que deja más de 25 mil homicidios dolosos cada año, no es inmune a esas corrientes. El campus universitario refleja lo que ocurre en las calles: un país atravesado por la inseguridad, el miedo y la polarización.
Tres replanteos urgentes
Seguridad como cuidado: protocolos claros y efectivos que protejan sin convertir la universidad en un cuartel. La prevención debe ser comunitaria, no sólo tecnológica.
Educación contra el odio: currículos que incluyan alfabetización digital, pensamiento crítico y formación emocional para neutralizar las narrativas extremistas.
Reconstrucción de comunidad: espacios colectivos, acompañamiento psicológico y redes de apoyo multidisciplinarias capaces de incidir y dialogar con familias, que devuelvan a los jóvenes un sentido de pertenencia y de futuro frente al aislamiento que alimenta la violencia.



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